lunes, 21 de mayo de 2012

La primera noche: Cómo conocí a mis actores

Publicado originalmente el 2 de enero de 2012 en la fanpage de Facebook de La primera noche.

Una tarde de noviembre de 2010, mientras hacía como que editaba el diario de rodaje de Balada triste de trompeta, pero realmente perdía miserablemente el tiempo en Facebook, mi amiga Tere Cabello, a la que hacía más de un año que no veía, me propuso ir a la grabación de unos monólogos de Paramount Comedy en Joy Eslava con ella y su hermana Ana. No me costó mucho aceptar la invitación, más por volver a verla que por los monólogos en sí. Nos contamos la vida y yo le dije que estaba reescribiendo un guión de corto que quería rodar en breve, y empezó la actuación. Eran cinco monologuistas, y la verdad es que aunque me torturasen, ahora mismo sería incapaz de recordar sus nombres o sus caras, salvo de uno de ellos. El cuarto en salir al escenario me pareció un tío raro de primeras, con una voz muy peculiar. A mitad de su actuación agarré con fuerza el brazo de Tere y le dije: “¡Es él! ¡Es el protagonista de mi corto!” Fue un flechazo total. Miguel Esteban tenía, DEBÍA ser Silvestre. Era exactamente lo que buscaba: un tipo diferente, capaz de resultar encantador y a la vez extraño y con un extraordinario sentido de la comedia. Un Steve Buscemi en joven y que hablase español (a él le molesta mucho esta comparación, supongo que porque cree que le estoy llamando feo, pero aquí confieso que varias veces, estos días en el montaje viendo sus primeros planos, he exclamado en voz alta: “Miguel es un tío atractivo, ¿eh?”. Por si le sirve de consuelo, que supongo que no).

A los pocos días me volví a encontrar con él en el seminario de escritura de comedia que impartió Robert McKee, me acerqué y le dije que me había gustado mucho su monólogo del otro día. Me pareció un tío de lo más amable y me dio muy buenas vibraciones, pero todavía no me atreví a hablarle del corto.

Un par de semanas después volví a cruzármelo, esta vez en el estreno de Balada, y tras escuchar las sabias palabras de mi acompañante en dicho evento (“a ver, es la tercera vez que te lo encuentras en tres semanas, ¿qué más quieres? esto es una señal, díselo de una puta vez”) y con litros de alcohol corriendo por mis venas, mujer, reuní el suficiente valor para por fin acercarme y proponerle protagonizar el corto. Él no estaba menos borracho que yo, y respondió con entusiasmo y reverencias.

La reescritura del guión llevó mucho más tiempo del esperado, ya que otros proyectos pendientes se cruzaron por el camino, pero cuando finalmente tuve mi momento ¡Eureka! y me di cuenta de lo que fallaba en el guión, de lo que no terminaba de convencerme del todo y me causaba reticencias a ponerme las pilas, y lo solucioné, los engranajes se pusieron en marcha. Sin prisa pero sin pausa, había comenzado la preproducción de La primera noche y por fin tenía un guión entre manos merecedor de ser enviado a mi deseado protagonista.

Lo leyó, le gustó, nos reunimos en el Pepe Botella y me hizo tres preguntas muy concretas sobre el guión, que me pusieron en apuros a la hora de contestárselas, pero que me demostraron lo buen guionista que es. Había ido al fondo del meollo, incluso había encontrado una trampa del guión de la que yo era muy consciente pero de la que nadie había parecido darse cuenta nunca. Y aunque tanto ese día como muchas veces en los ensayos le he preguntado: “¿Pero el guión te gusta, verdad?”, nunca he tenido la menor duda de que todas esas dudas, esas preguntas, esos “apuros”, han sido por el bien del corto, a favor de la historia y los personajes. Y eso se agradece. Mucho.


El día antes de esa reunión, el 15-O, mientras el mundo entero se manifestaba, yo me citaba con una actriz. Una actriz a la que no había visto actuar, pero no importaba. Después de ver miles de videobooks, y no lograr que ninguno me entusiasmase, que ninguna de las actrices me diera el perfil exacto que buscaba para el principal personaje femenino, mi gran amigo Yeray Pacheco (otro día hablaré largo y tendido de él) me puso sobre la pista de una actriz que en unas semanas iba a estrenar su primera película. Ella se llamaba Alba García y la película Verbo. La busqué en Facebook y la agregué (no sé cómo hubiera hecho yo este corto sin el bendito Facebook), y pocos días después colgó un vídeo de un encuentro con espectadores en la presentación de la película en el festival de cine de San Sebastián. Le di al play y me encontré con una chica muy guapa, pizpireta (reivindiquemos este adjetivo), que gesticulaba mucho (y a mí la gente que gesticula mucho de entrada me cae bien), con una voz preciosa y que decía una cosa que fue música para mis oídos: “quiero explorar la comedia”.


Todos estos ingredientes que acabo de mencionar, bien mezclados, dieron como resultado lo que llevaba meses buscando: una actriz que me enamorara para el papel de Eva. Y por fin la había encontrado. En ese vídeo Alba no estaba actuando, pero me dio igual, sentí que debía ofrecerle hacer una prueba. Le escribí proponiéndoselo y se mostró encantada. Le mandé el guión, me fui a la clase de conducir, y al volver ya me había respondido: “Me he reído como cuatro. ¡Me gusta!”. Y a mí el mayor halago que me pueden hacer con este guión es ese: decirme que se han reído. La sonrisa tipo Joker se instaló en mi cara y quedamos en vernos después de la presentación de Verbo en el festival de Sitges.

Y así fue. En una terraza que estaba en cuesta y era un poco difícil sentarse con comodidad, yo me encontré comodísimo hablando con una persona que me pareció muy especial. Hablamos del guión, de interpretación, de expresarnos a través del arte, de cosas nuestras, malos rollos por los que habíamos pasado y lo que nos apetecía a ambos quitarle drama a la vida y divertirnos haciendo una comedia. Y de los Hermanos Marx, por supuesto. Que empezara a describirme greatest hits de Harpo y que cuando le trajeron el café se sacase un bote de sacarina del bolso (“es que es un coñazo pedir que te cambien el azúcar, prefiero traérmela yo”) me hicieron pensar: “¡por Dios, que me guste como actúa, porque la quiero para el papel!”.

Así que quedamos en hacer una prueba los tres. Yo no era capaz de saber en abstracto, sin verlos juntos, si iban a quedar bien como la pareja protagonista del corto, si iban a acoplarse, si, por utilizar la expresión más clásica y certera, iba a haber química entre ambos. No soy gran amigo de los castings, pero era absolutamente necesario. Yo admito que tenía mis temores, pero a la vez tenía muchísima esperanza.

Lo que pasó durante y después de esa prueba, os lo cuento el próximo día :)

9 comentarios:

  1. Adoro las historias de cómo un proyecto pasa del papel a la realidad, y ésta, por lo que me toca por conocer a dos de los implicados, me ha encantado. (Susurrando: Por cierto, yo también te he agregado a mi blog. Las señoras amantes de la repostería deben de tener los ojos en chiribitas)

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    1. Sí, a mí también me encanta leer ese tipo de historias, y ahora escribirlas. Atenta al blog, porque habrá más entregas ;)

      ¡Y a mí sí que se me ponen los ojos en chiribitas cada vez que veo las delicias que cuelgas!

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  2. Al decir que quedaste con Alba en una terraza que estaba "en cuesta" os he imaginado en la terraza del Ojalá de Malasaña ;P

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  3. ¡He dicho "Ojalá" pero ha sido un Lapsus! ¡Quería decir "La Mucca"!

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    1. Pues no recuerdo el nombre del sitio, estaba detrás de la plaza de los cines Luna.

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    2. Entonces tiene pinta de que, en efecto, era la Mucca!
      http://4.bp.blogspot.com/_t9gw99L0IC8/TLxPdfK4sxI/AAAAAAAAADw/a70BDk_d69Y/s1600/LaMuccaBig_ln_sitio-original.jpg

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    3. ¡Pues va a ser que sí! :)

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  4. si es que tengo un ojo... soy el mejor cazatalentos al este de las palmas...

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    1. Eres el ojo que todo lo ve, el ventano indiscreto de los blasfemadores míticos: Viva esa cámara con super-teleobjetivo sobre ruedas!!

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