viernes, 25 de mayo de 2012

El recomendador de libros (o ¿Para qué sirven las contraportadas?)

Hoy comienza la Feria del Libro en Madrid y me apetece compartir este relato que escribí hace unos años.

Todo comenzó con una pregunta: “Cuando leéis una novela, ¿por qué la elegís?”.

–Porque alguien me la ha recomendado.
–Porque le ha gustado a algún amigo.
–Porque todo el mundo habla de ella.
–Porque voy a la librería, y si me llama la atención algún título, leo el argumento y si me parece interesante, me la compro– dijo él.
–¿De verdad haces eso?– le preguntaron extrañados.
–Constantemente.– respondió él, a su vez extrañado por la extrañeza de los demás.

Las caras de asombro se multiplicaron. Pero el más asombrado era él. Qué tipo más raro, pensaron los demás. Él ya sabía que era un tipo raro, pero no sabía que también era raro por esto.

Entonces se desconectó del resto de la conversación y se puso a pensar. En su pareja, en sus amigos, en su familia. En los libros que éstos leían, en por qué los leían. Y, sorprendido, se dio cuenta de que era cierto, la mayoría de esos libros eran recomendaciones, o libros de sus autores preferidos o el último best-seller (o 'betseler', como se suele pronunciar) publicitado masivamente.

Dispuesto a demostrar que eso que él hacía no era una cosa tan insólita, al día siguiente hizo su recorrido habitual por las librerías que solía frecuentar. Pero esta vez no iba en busca de argumentos, sino de respuestas. En vez de hojear las novelas, se dedicó a observar a la gente que se acercaba a los estantes de Narrativa. Y era cierto, iban a tiro hecho. Antes de entrar en la librería ya sabían qué libro iban a comprar. Escuchaba disimuladamente las conversaciones y todas se referían a que la hermana, el compañero, la nuera o el hijo del lector les habían hablado muy bien del libro.

Él se quedó noqueado. Acababa de descubrir que la gente no sufre en las librerías el mismo síndrome que en los hipermercados: el de ir a por una barra de pan y terminar llenando la cesta. “Siempre terminas picando y llevándote más de lo que necesitas”, la sabiduría de las frases hechas. Pues bien, a él no le pasaba eso en el Carrefour, ¡le ocurría en La Casa del Libro!

El placer de entrar en una librería sin saber qué aventura le iba a acompañar cuando saliese, metida en una bolsa de plástico, esperando para empezar a ser leída en el Metro de vuelta a casa, era uno de sus mayores vicios. Perderse por las estanterías y escudriñar entre libros y más libros (de bolsillo normalmente, porque con lo que cuesta uno de tapa dura te puedes comprar dos o tres de bolsillo), en busca de un título llamativo, que le hiciera darle la vuelta al tomo y leer el argumento de su contraportada, esperando que éste fuese tan prometedor como para darle una oportunidad. Algunos de sus últimos descubrimientos habían sido títulos como El enigma de París, Con los muertos no se juega, Un extraño en mi tumba o Persecución mortal. Oh sí, tenía una pequeña debilidad: la novela negra y de misterio. Cualquier título que llevase las palabras muerte, asesinato, caso, enigma o similares en su portada, era objeto inmediato de su atención.

¿Por qué esa fijación por la novela criminal? Él había elaborado una personal teoría: ya que en esta vida casi todo carece de sentido y es prácticamente imposible tener certeza de nada, al menos las novelas de misterio ofrecían soluciones finales, absolutas, inequívocas. Aunque muy probablemente era simplemente por lo mucho que le divertían.

El caso es que el desconcierto se apoderó de él. Siguió deambulando por establecimientos, en busca de alguien que hiciera lo mismo que él hacía, y las horas pasaban. De una estantería a otra, de una librería a otra. Cuando llegó la hora del cierre lo único que había conseguido era gastarse 28,70 euros en novelas (como comprenderéis durante tantas horas de investigación no pudo resistirse a echar algún que otro vistazo).

De vuelta a casa se sentía perdido, solo, marginal. Entonces comenzó a leer uno de los libros que había comprado. Eligió bien, porque al bajarse en su estación de Metro ya le había pegado un buen bocado y mientras subía en las escaleras mecánicas pensó: “Este libro le va a encantar a Bea, se lo tengo que recomendar”. Y entonces se dio cuenta.

Si todo el mundo lee los libros que otros les recomiendan, alguien tiene que empezar esa cadena. ¡Claro! Él era una de esas personas que les hablaban de libros a los demás, y esos a su vez les hablaban a otros y esos a otros, etcétera, etcétera, etcétera. Ya no se sentía perdido, solo y marginal, ya había encontrado su lugar en esta historia: él era un recomendador de libros. Y se sintió satisfecho.

Pobre iluso. Lo que él no imaginaba es que nadie leía nunca sus recomendaciones. ¿Quién iba a hacer caso a un tipo tan raro que se iba a las librerías a… leer?

miércoles, 23 de mayo de 2012

La primera noche: Miguel & Alba

Publicado originalmente el 12 de enero de 2012 en la fanpage de Facebook de La primera noche.

Actores. Este es un corto de actores. Yo lo tenía claro, y todo aquel que leía el guión me lo recordaba. No se trataba de descuidar la forma, de iluminar y planificar de cualquier manera, para nada. Pero de poco servía currarse los planos, si lo que ocurría dentro de ellos carecía de la fuerza necesaria para transmitir la esencia de la historia. Encontrar a los adecuados era la clave del éxito. Y cuando digo los adecuados no me refiero a los más guapos o famosos, me refiero a los adecuados.

Alba, Miguel y yo quedamos en la estación de Metro y hechas las presentaciones yo me aparté un poco de ellos porque no quería esperar hasta la prueba para ver cómo interactuaban. Camino de mi piso, comenzaron a hablar del trabajo de Miguel como guionista en Museo Coconut mientras yo les observaba y empezaba a pensar que podrían funcionar como pareja artística.

Una vez en mi casa, tras romper un poco el hielo, empezamos a leer el guión. Yo les advertí que si me veían con cara seria no se asustasen. Hacía poco que una amiga (María, la jefa de producción), me había señalado que cuando estoy reflexionando tengo el semblante muy serio.

Tras una primera lectura, les di una sola indicación: esta historia no es naturalista, está pasada de vueltas, es un cartoon. No hizo falta decirles nada más para que en la siguiente lectura entraran de lleno en los personajes. Miguel se convirtió en Silvestre, el freak incomprendido, y Alba en Eva, la dulce misántropa. Alba no podía parar de reír con Miguel, a Miguel no le costaba demasiado mostrarse embelesado con Alba y yo contemplaba la magia brotando delante de mis ojos. En la secuencia en la que se supone que “surge la chispa” entre los dos personajes, yo me enamoré de ellos como pareja. Quería que fueran felices y comieran perdices.

Cuando acabamos, mientras ellos revisaban los vídeos de la prueba, yo le daba vueltas a la cabeza. Cuando ellos levantaron las suyas de la pantalla, me miraron preocupados: “¿Qué te pasa, no te ha gustado?”. Mira que les avisé al principio de que cuando pienso me pongo serio… “Todo lo contrario. Mi intención era no deciros nada hoy y consultarlo con la almohada, pero no hay nada que consultar: vosotros sois los personajes. Si los queréis, los papeles son vuestros”. El resto de la noche fue muy divertida, brindis con cava en casa de Miguel incluido.

Después vinieron un mes y medio de ensayos, más o menos uno cada diez días, en los que seguimos afinando diálogos, matizando los personajes y preparándonos para la hora de la verdad.


No voy a pormenorizar aquí las vicisitudes del rodaje una por una, sólo quiero dar las GRACIAS a mis dos protagonistas.

GRACIAS Miguel, por ponerte en mis manos y dejarte someter a todas las putadas por las que pasa tu personaje, por permitir que te maltratásemos (moratones y pisotón en la cabeza incluido), por renunciar a tu veganismo por unos días, por ir de empalmada a currar después de una noche demencial, gracias por aceptar y querer ser Silvestre, porque no sé cómo hubiera hecho esto sin ti. No sé si soy un buen director de cine, me queda muchísimo por aprender, lo que sí sé es que soy un buen director de casting. A las voces que me decían: “no es actor, es un monologuista, quizá no sea capaz de defender el papel”, sólo puedo decirles una cosa: Miguel es monologuista, sí. Y guionista. Y hace animación. Y todo lo hace muy bien. Pero además de todo eso, Miguel Esteban es un ACTOR como la copa de un pino.

GRACIAS Alba, por lanzarte a esta aventura con un desconocido cuando están llamando a tu puerta proyectos mucho más importantes. Gracias por aportar esa espontaneidad innata que no se aprende en escuelas de interpretación, por todas las veces que en el rodaje me apretabas el brazo en señal de apoyo, por fiarte de mí cuando te pedía que hicieras algo que no te convencía, por dejarnos invadir tu casa y hacerte probar más modelitos que Julia Roberts en Pretty Woman, por salvarme la vida trayendo a Paloma (ya verás su escena, te roba el corazón) y a tus encantadoras hermanas Marta y Laura (algún día tenemos que aprovechar todo ese desparpajo y belleza y hacer una versión de Hannah y sus hermanas cañí: Alba y sus hermanas). Te acaban de nominar a un merecidísimo premio Goya, que espero con todas mis fuerzas que te lleves a casa, no por el premio en sí, sino por tu extraordinario trabajo en Verbo, llevando todo el peso de una película en tu primera experiencia delante de una cámara. Eso es una actriz revelación y lo demás son tonterías.

Creo que el mayor halago que se le puede hacer a un actor es no imaginarte a nadie más en ese papel. A mí eso me pasa desde ese primer ensayo con Miguel y Alba. Sin ellos no podría haber hecho el corto que quería hacer. Hubiera encontrado a otros y rodado un corto, sí, pero sería como los Beatles sin George o Ringo. Probablemente hubieran sido igual de míticos gracias al talento de Lennon y McCartney, pero no serían los Beatles que hoy conocemos. Serían otra cosa. Peor, sin duda. (Los Lennon y McCartney de esta historia no soy yo, son mi maravilloso equipo del que hablaré en breve).

Y como a los niños bien educados (y a los ingleses, educados o no) les enseñan a decir siempre “gracias” y “lo siento”, ahora tocan las disculpas.

LO SIENTO, Alba y Miguel, si os he fallado en algún momento, si no he sabido resolver ciertas dudas sobre los personajes, si el agobio me ha hecho ser brusco en ocasiones, si mis indicaciones a veces han sido vacilaciones, si os habéis sentido desamparados como actores en alguna situación. Si os apetece repetir, la próxima vez prometo hacerlo mejor.

En fin, acabo ya, porque está a punto de aparecer el Señor Lobo para decir aquello de “No empecemos a chuparnos las pollas todavía”. Para los descreídos o los que piensen que soy un pelota, sólo decir que todas las veces que he pronunciado el nombre de Miguel y Alba en vano quedan entre el ayudante de dirección, la script, la montadora y yo mismo (y el que estuviese cerca y me escuchase refunfuñar). Si queréis carnaza, comprad la Diez Minutos (dicen que la Reina se comió las uvas sola, llorando por Urdangarín).

lunes, 21 de mayo de 2012

La primera noche: Cómo conocí a mis actores

Publicado originalmente el 2 de enero de 2012 en la fanpage de Facebook de La primera noche.

Una tarde de noviembre de 2010, mientras hacía como que editaba el diario de rodaje de Balada triste de trompeta, pero realmente perdía miserablemente el tiempo en Facebook, mi amiga Tere Cabello, a la que hacía más de un año que no veía, me propuso ir a la grabación de unos monólogos de Paramount Comedy en Joy Eslava con ella y su hermana Ana. No me costó mucho aceptar la invitación, más por volver a verla que por los monólogos en sí. Nos contamos la vida y yo le dije que estaba reescribiendo un guión de corto que quería rodar en breve, y empezó la actuación. Eran cinco monologuistas, y la verdad es que aunque me torturasen, ahora mismo sería incapaz de recordar sus nombres o sus caras, salvo de uno de ellos. El cuarto en salir al escenario me pareció un tío raro de primeras, con una voz muy peculiar. A mitad de su actuación agarré con fuerza el brazo de Tere y le dije: “¡Es él! ¡Es el protagonista de mi corto!” Fue un flechazo total. Miguel Esteban tenía, DEBÍA ser Silvestre. Era exactamente lo que buscaba: un tipo diferente, capaz de resultar encantador y a la vez extraño y con un extraordinario sentido de la comedia. Un Steve Buscemi en joven y que hablase español (a él le molesta mucho esta comparación, supongo que porque cree que le estoy llamando feo, pero aquí confieso que varias veces, estos días en el montaje viendo sus primeros planos, he exclamado en voz alta: “Miguel es un tío atractivo, ¿eh?”. Por si le sirve de consuelo, que supongo que no).

A los pocos días me volví a encontrar con él en el seminario de escritura de comedia que impartió Robert McKee, me acerqué y le dije que me había gustado mucho su monólogo del otro día. Me pareció un tío de lo más amable y me dio muy buenas vibraciones, pero todavía no me atreví a hablarle del corto.

Un par de semanas después volví a cruzármelo, esta vez en el estreno de Balada, y tras escuchar las sabias palabras de mi acompañante en dicho evento (“a ver, es la tercera vez que te lo encuentras en tres semanas, ¿qué más quieres? esto es una señal, díselo de una puta vez”) y con litros de alcohol corriendo por mis venas, mujer, reuní el suficiente valor para por fin acercarme y proponerle protagonizar el corto. Él no estaba menos borracho que yo, y respondió con entusiasmo y reverencias.

La reescritura del guión llevó mucho más tiempo del esperado, ya que otros proyectos pendientes se cruzaron por el camino, pero cuando finalmente tuve mi momento ¡Eureka! y me di cuenta de lo que fallaba en el guión, de lo que no terminaba de convencerme del todo y me causaba reticencias a ponerme las pilas, y lo solucioné, los engranajes se pusieron en marcha. Sin prisa pero sin pausa, había comenzado la preproducción de La primera noche y por fin tenía un guión entre manos merecedor de ser enviado a mi deseado protagonista.

Lo leyó, le gustó, nos reunimos en el Pepe Botella y me hizo tres preguntas muy concretas sobre el guión, que me pusieron en apuros a la hora de contestárselas, pero que me demostraron lo buen guionista que es. Había ido al fondo del meollo, incluso había encontrado una trampa del guión de la que yo era muy consciente pero de la que nadie había parecido darse cuenta nunca. Y aunque tanto ese día como muchas veces en los ensayos le he preguntado: “¿Pero el guión te gusta, verdad?”, nunca he tenido la menor duda de que todas esas dudas, esas preguntas, esos “apuros”, han sido por el bien del corto, a favor de la historia y los personajes. Y eso se agradece. Mucho.


El día antes de esa reunión, el 15-O, mientras el mundo entero se manifestaba, yo me citaba con una actriz. Una actriz a la que no había visto actuar, pero no importaba. Después de ver miles de videobooks, y no lograr que ninguno me entusiasmase, que ninguna de las actrices me diera el perfil exacto que buscaba para el principal personaje femenino, mi gran amigo Yeray Pacheco (otro día hablaré largo y tendido de él) me puso sobre la pista de una actriz que en unas semanas iba a estrenar su primera película. Ella se llamaba Alba García y la película Verbo. La busqué en Facebook y la agregué (no sé cómo hubiera hecho yo este corto sin el bendito Facebook), y pocos días después colgó un vídeo de un encuentro con espectadores en la presentación de la película en el festival de cine de San Sebastián. Le di al play y me encontré con una chica muy guapa, pizpireta (reivindiquemos este adjetivo), que gesticulaba mucho (y a mí la gente que gesticula mucho de entrada me cae bien), con una voz preciosa y que decía una cosa que fue música para mis oídos: “quiero explorar la comedia”.


Todos estos ingredientes que acabo de mencionar, bien mezclados, dieron como resultado lo que llevaba meses buscando: una actriz que me enamorara para el papel de Eva. Y por fin la había encontrado. En ese vídeo Alba no estaba actuando, pero me dio igual, sentí que debía ofrecerle hacer una prueba. Le escribí proponiéndoselo y se mostró encantada. Le mandé el guión, me fui a la clase de conducir, y al volver ya me había respondido: “Me he reído como cuatro. ¡Me gusta!”. Y a mí el mayor halago que me pueden hacer con este guión es ese: decirme que se han reído. La sonrisa tipo Joker se instaló en mi cara y quedamos en vernos después de la presentación de Verbo en el festival de Sitges.

Y así fue. En una terraza que estaba en cuesta y era un poco difícil sentarse con comodidad, yo me encontré comodísimo hablando con una persona que me pareció muy especial. Hablamos del guión, de interpretación, de expresarnos a través del arte, de cosas nuestras, malos rollos por los que habíamos pasado y lo que nos apetecía a ambos quitarle drama a la vida y divertirnos haciendo una comedia. Y de los Hermanos Marx, por supuesto. Que empezara a describirme greatest hits de Harpo y que cuando le trajeron el café se sacase un bote de sacarina del bolso (“es que es un coñazo pedir que te cambien el azúcar, prefiero traérmela yo”) me hicieron pensar: “¡por Dios, que me guste como actúa, porque la quiero para el papel!”.

Así que quedamos en hacer una prueba los tres. Yo no era capaz de saber en abstracto, sin verlos juntos, si iban a quedar bien como la pareja protagonista del corto, si iban a acoplarse, si, por utilizar la expresión más clásica y certera, iba a haber química entre ambos. No soy gran amigo de los castings, pero era absolutamente necesario. Yo admito que tenía mis temores, pero a la vez tenía muchísima esperanza.

Lo que pasó durante y después de esa prueba, os lo cuento el próximo día :)

jueves, 17 de mayo de 2012

¿Qué es "La primera noche"?

En los dos primeros posts de este blog he hablado de mi proyecto La primera noche, y aunque la inmensa mayoría de los lectores sabéis de qué se trata, algunos quizá os preguntéis ¿qué es La primera noche?


La primera noche es un cortometraje autofinanciado de 15 minutos de duración, rodado con RED ONE, entre el 3 y el 7 de diciembre de 2011, protagonizado por Miguel Esteban (Museo Coconut, Paramount Comedy) y Alba García (protagonista de Verbo, nominada al Goya 2012 a mejor actriz revelación), escrito, producido y dirigido por el menda que esto escribe.

La primera noche es una historia de chico conoce a chica, una comedia romántica. Pero como el género últimamente está tan desvirtuado (ni lo cómico hace gracia ni lo romántico emociona), conviene aclararlo: no en su vertiente Julia Roberts o Katherine Heigl. La primera noche tiene un poquito de Woody Allen, un poquito de Blake Edwards, un poquito de Judd Apatow, incluso unos unos toquecitos de screwball, de slapstick, de cine indie americano de los 90, pero no porque haya querido hacer conscientemente un potaje a base de esos ingredientes, sino porque forman parte de mí y mi forma de ver el cine y la vida.

La primera noche es el tercer corto que dirijo, pero lo considero mi “segundo primer corto”, ya que los dos anteriores fueron hechos a un nivel totalmente amateur, sin medios ni dinero (y por un postadolescente con pocas cosas que contar, la verdad sea dicha). No los desprecio, para nada, sobre todo porque amateur deriva de “amante” y de ahí nacieron: del amor al cine. Pero seis años después del segundo y diez después del primero, creo que tengo historias un pelín más interesantes que contarle a la gente y por eso merecía la pena el esfuerzo de reunir los medios necesarios para llevarlas a cabo. Eso sí, si el corto no funciona, esta vez no hay excusas. Lo he dado todo y el “teníamos poco dinero” o las mil y una penurias ocurridas en su producción no me van a salvar de nada. Así sea.

La primera noche es la primera parte de la trilogía de los 24 horas. Tres historias independientes, que sin ser secuelas unas de otras, forman parte del mismo universo y comparten algunos personajes. La segunda entrega ya está escrita, y se titula Mi gran noche, se trata de una comedia con tintes negros; la tercera aún no tiene título ni guión, pero sí trama y personajes y será una comedia de aventuras bastante delirante.

La primera noche no es el título de una magnífica película dirigida por Spike Lee y escrita por David Benioff (autor de la mejor novela que he leído últimamente Ciudad de ladrones), aunque mucha gente se confunda. La del bueno de Spike es La última noche. Esta es la primera. No os liéis a la hora de recomendarla a los cuatro vientos.

La primera noche espero que sea una grata recompensa para todos aquellos que han confiado en mí ciegamente a lo largo de los años, mientras yo pensaba: “¿por qué confían en mí, si no han visto nada hecho por mí digno de mención?”. “Eso se nota”, era la respuesta mayoritaria ante mi sincera duda. Espero no defraudarles. Algunos han puesto pasta para levantar el proyecto. Otros (algunos repiten) han estado al pie del cañón constantemente, impidiéndome flaquear. Nunca lo olvidaré.

La primera noche es, en definitiva, una historia modesta, pequeña, bonita, que espera arrancar tres o cuatro risas y alguna que otra sonrisa del espectador. Ni más, ni menos.

lunes, 14 de mayo de 2012

A través del espejo

El otro día mientras paseaba (a mí el 90% de las ideas se me ocurren paseando, por lo que no es raro verme solo por Madrid, hablando conmigo mismo. Una preciosa estampa. Afortunadamente a veces se me acercan ancianas piadosas que me dan monedas de 20 céntimos y me limpian con un kleenex la babilla de la comisura derecha de los labios. Es broma, claro. Esas malditas tacañas nunca me han dado un duro. Ni siquiera me dejan quedarme con el kleenex)…

Vale, acabo de batir mi propio récord. Se me ha ido la olla ya en el primer párrafo. Mejor, así nadie tomará lo que sigue como la reflexión de un pedante, sino de un demente.

Decía que el otro día mientras paseaba se me ocurrió esta metáfora: el cine, para los cineastas, ha de ser como el espejo de una sala de interrogatorios.

Todo cineasta, en mayor o menor medida, trata de expresarse a través de su obra. Hasta ahí todo bien. A veces es posible contar todas las memeces que se te pasan por la cabeza sin ton ni son y tú crees la hostia de profundas, y otras veces haces chorradas siendo muy consciente de que lo son y cuál es su función en la cartelera. Entre El árbol de la vida y Esta abuela es un peligro 3 hay un inmenso océano de posibilidades de expresión.

Pero por mucha necesidad que sintamos de reflejar nuestro mundo interior no podemos ofrecer al público un autorretrato al óleo. Al espectador no le interesa vernos el careto. Al espectador lo que le interesa es verse a sí mismo. Sus anhelos, sus miedos, sus fantasías más recónditas, reflejadas en una pantalla. Creo que no hace falta añadir nada más sobre identificación o empatía, no estoy descubriendo América.

Y por eso las películas han de tomar la forma de un espejo de doble vista. El espectador se mete en una sala para verse reflejado en un espejo enorme (y deformado, claro). Y el cineasta debe permanecer al otro lado, desde donde también se ve reflejado a sí mismo, sí, pero de una manera muy tenue. A quien debe dirigir toda su atención es a quien está al otro lado de ese espejo.


El público sabe de sobra que está siendo observado y manipulado. ¿Cómo no van a saberlo? ¡Están en una sala de interrogatorios! Y les encanta. Saben dónde se han metido y saben de sobra que las técnicas de interrogatorio varían de una sala a otra. A algunos les seducen las cosquillas que les hace Anderson (Wes, en mi caso) cuando les retuerce los pezones, otros prefieren los latigazos marca de la casa Fincher, a algunos les da por las técnicas de desorientación de Lynch, muchos se quedan con las preguntas trampa de Nolan o directamente quieren patadas en la espinilla a lo Tony Scott.

Durante el montaje de La primera noche, la palabra más utilizada por mí (después de “¡Joder!” y “Mítico”) ha sido “espectador”. Mi principal preocupación montando era que todo estuviera a favor del público, porque sólo así estaría a favor de obra. Las interpretaciones de los actores, los movimientos de cámara, montaje y mezcla de sonido, la música, todo debe contribuir a que el espectador tenga la experiencia más satisfactoria posible. Somos mercenarios a su sueldo y hay que darles lo que quieren.

¿Quiere decir eso que hay que darles Torrente 4? ¡No! (La cuenta corriente de Santiago Segura se está descojonando de mí ahora mismo). Significa que hay que darles Casablanca, Con faldas y a lo loco, El verdugo, El padrino, Amelie. Ofrecerles las mejores historias posibles, historias que les provoquen las emociones más genuinas, y siempre nos lo agradecerán. Por supuesto que hay películas que se corresponden mejor con ciertos niveles intelectuales, pero si la gente no lee más periódicos no es problema nuestro como cineastas. Eso sí, las buenas, buenas, las buenas de verdad, los grandes clásicos, las inolvidables, son universales. Por algo será.

El corto que he escrito y dirigido habla de mí, de lo que pienso, de lo que siento, o más bien de lo que pienso ahora, de lo que siento en este momento de mi vida. Pero eso no valdría de nada si sólo significase algo para mí. Yo no voy a estar a la puerta de cada cine o al lado de cada pantalla de portátil explicándole al personal lo que he querido contar. Sobre todo porque para cada persona, con su bagaje emocional propio, lo que para mí significa X para ella significará Y. Y precisamente esa es una de las grandezas de dedicarse a esto: que es algo vivo, en constante movimiento, susceptible de mil interpretaciones, sin duda enriquecedor.

Si sólo te interesa lo que tú has querido decir, mejor dedícate a otra cosa. Si no te van las oficinas ni la hostelería, si necesitas expresarte a través de una cámara a toda costa, prueba a grabarte en pelotas con el móvil delante del espejo para ver lo grande que la tienes. Puedes usar el de aumento que tiene tu madre para depilarse. Es de una sola cara, por supuesto.


P.S.: Todo esto es una ración doble de perogrulladas, yo lo sé, vosotros lo sabéis, pero es acojonante comprobar la facilidad con la que muchas veces algo tan básico se olvida. Mercenarios a sueldo. A sueldo del patrón más caprichoso y volátil imaginable. Pero la recompensa, cuando te la has ganado, es imposible de superar…

Qué ganas de estrenar el corto y ponerme en sus manos...

lunes, 7 de mayo de 2012

Holaquétal

¿Otro blog? Qué pereza, ¿no?
Más pereza me da a mí abrirlo que a vosotros leerlo, os lo aseguro.

¿Y entonces por qué lo abres y darás el coñazo en Facebook para que lo leamos? 
Pues porque mi corto La primera noche está en la recta final de la fase de postproducción y ya tengo el guión listo del que quiero que sea el siguiente y un blog para ir informando a los pocos pero fieles fans nunca viene mal. Prometo no convertir esto en un reducto del autobombo más cansino y vergonzante, sino más bien en un acogedor lugar de reflexión acerca del cine y de la vida (¿acaso no es hablar de lo mismo?), tomando como hilo conductor (léase excusa) mis propios proyectos.

¿Pero tú no tenías ya un blog? ¿Por qué uno nuevo?
Porque no es tiempo de pseudónimos ni identidades secretas (eso me lo guardo para mi faceta de superhéroe a media jornada). Me apetece hablar de mis historias a cara descubierta. No me puedo quejar de mi pasado bloguero, gracias a él me crucé con un buen puñado de gente interesante, hice algunos amigos irreductibles, propició una relación de pareja e incluso me permitió conocer y trabajar en un par de ocasiones con mi ídolo del cine español, Álex de la Iglesia, alias la Señora Mayor. Pero aunque de corazón siempre seré el Teniente Colombo, ahora prefiero ser simplemente Edu.

Oh, y encimas vas de chispeante y nos cuelas no uno, sino DOS juegos de palabras en el título. 
Pues sí, la verdad es que admito que encontrar un título que me hiciera gracia ha sido el empujón final que necesitaba para abrir el blog. Y si tiene homenaje al dios Wilder, miel sobre hojuelas. Lo de cineasta indie(gente) también me hace mucha gracia, pero juraría que no es mío, sino de mi amigo, mi hermano Yeray Pacheco. Y es que como dijo Hitchcock, “los juegos de palabras son la más alta forma de literatura”.


¿Puedes dejar el rollo de hacer que alguien te está hablando en cursiva? Sabemos que no oyes voces, sólo lo finges. Y ve abreviando…
Vale, ya acabo. Como he avisado al inicio de esta presentación, este blog nace con una inmensa pereza. Así que conociéndome, será como esas noches que sales sin ganas, pensando que “una birra y pa casa”, y terminas más pedo que Alfredo bailando como un condenao encima de una tarima. Esas son las mejores, ¿verdad?

Salud y saludos.